Lo que Dios me enseñó en la enfermedad
No tengo una enfermedad grave, gracias a Dios. Pero recientemente he pasado por cuatro cirugías grandes. Dos de rodilla y dos ginecológicas, de las cuales una fue de emergencia y pensé que me mo...
No tengo una enfermedad grave, gracias a Dios. Pero recientemente he pasado por cuatro cirugías grandes. Dos de rodilla y dos ginecológicas, de las cuales una fue de emergencia y pensé que me moría. Lo que tuvieron en común estas cirugías fueron una larga recuperación y la mano de Dios en cada instante del proceso.
No pretendo creer que por haber experimentado esto tengo autoridad sobre muchas personas, pero Dios me bendijo para bendecir a otros y durante este proceso, me enseñó muchas cosas sobre la salud y la sanidad que quiero compartir.
Lo primero es el concepto de sanidad. A veces creemos que la sanidad se refiere al área física, pero realmente no siempre es así. La sanidad se refiere al ser integral. Dios quiere que rindamos nuestro corazón a Jesús, pues es Él quien trae sanidad, no solo del cuerpo, sino también del alma.
Muchas veces, la enfermedad llega a nuestras vidas para demostrarnos que somos frágiles y que dependemos de Dios. Otras veces, necesitamos sanidad de las heridas emocionales que traemos, porque lo que hemos guardado en el corazón nos está matando. Cada caso puede ser diferente, pero lo que es común es que Dios quiere que seamos sanos y que cualquier cosa que vivamos, será para darle gloria y para nuestro bien, porque lo amamos.
Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades. Sobre Él recayó el castigo, precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados. Isaías 53:5.
La medicina es también un milagro
Dios puede usar la medicina para sanarnos o puede usar sus “métodos divinos” y hacer un milagro. Pero la sanidad física puede venir a través de la medicina, de una (o muchas cirugías), de tratamientos, etc. Y no está mal aceptar eso. No es falta de fe, es aceptar la soberanía de Dios. Justamente, cuando me programaron las cirugías de rodilla, la gente me decía que orara por un milagro de sanidad para no tener que pasar por las cirugías, sin saber que las cirugías en sí mismas eran un milagro.
Cuando el primer ortopedista me vio, dijo que no había nada que hacer, pues la cirugía que realmente necesitaba, no era viable hasta dentro de 20 años. Así que oré a Dios y le pedí que usara el método que quisiera, pero que, si era su voluntad, sanara mis rodillas. Su respuesta vino cuando me vio el segundo especialista y me dijo: hay una cirugía que te podemos hacer. No tengo dudas de que fue una respuesta de Dios ante lo que le había pedido, y, aunque el proceso ha sido duro, sé que la manera que Dios usó para sanarme fue a través de la medicina. No era necesario pedirle que no me dejara pasar por esas cirugías, sino que me acompañara durante el proceso, pues Él prometió que quedaría sana y sé que lo está cumpliendo.
He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Jeremías 33:6 (RVR 1960).
Necesitas estar bien rodeado
Una de mis cirugías –la más difícil– surgió con un dolor increíblemente fuerte. Estuve varios días hospitalizada con un diagnóstico aparentemente muy complicado.
Las caras de los médicos lo decían todo. Cuando me dijeron lo que podría ser, sentí mucho temor, pero tuve un lindo tiempo de oración en la clínica y le entregué mi familia a Dios. Sé que Él obró un milagro y me sanó, pues después de varios exámenes, el diagnóstico pareció cambiar y finalmente se pudo corregir con sola una cirugía.
Durante este tiempo, agradecí a cada persona que oró por mí, sobre todo a quienes se tomaron el trabajo de llamarme o visitarme. La soledad, en un caso como este, es muy dura y, aunque yo sentía fuerza en mi fe, el acompañamiento de cada persona que estuvo conmigo hizo que sintiera aún más fuerza y el amor de Dios conmigo.
Pienso en las personas que tienen enfermedades graves, con diagnósticos difíciles y puedo comprender por qué la Biblia nos invita a visitarlos. Necesitan apoyo, fuerza, reafirmar en ellos las promesas de Dios y, sobre todo, mucha oración.
A través de una amiga que me visitó en la clínica horas antes de la cirugía, Dios me regaló una promesa en Juan 11:4, que dice: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado. La recordaba muy bien porque una vez fui la encargada de compartirla con una amiga en su enfermedad. Fue reconfortante haber sido un apoyo para ella en ese momento y ver cómo Dios ponía a alguien para recordarme sus palabras.
No estoy dañada
Uno de los pensamientos que me acompañó cuando me enteré de la necesidad de cada nueva cirugía, era la culpa y la vergüenza. Como si yo hubiera causado el daño o como si Dios me hubiera hecho “de mala gana”. Sentía culpa por no poder seguir cumpliendo mis funciones, pero lo que más me acompañaba era la sensación de que estaba defectuosa, que había nacido “dañada”. Y esto no solamente ocurre con los problemas físicos, también ocurre con nuestras luchas como seres humanos.
Dios hizo un hermoso trabajo conmigo al mostrarme que me hizo con amor. Me borró la culpa y me mostró que, aunque debo cuidarme para estar sana, Dios no se equivocó al diseñarme y todo lo que vivo es parte de su propósito.
Muchas personas sienten que la promesa de Dios está fallando, porque la enfermedad no parece ceder, pero ahí se activa nuestra fe. (Hebreos 11:1). Aun en medio de la enfermedad física, podemos experimentar sanidad emocional y espiritual.
Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica. Efesios 2:10.
Por: María Isabel Jaramillo – isabel.jaramillo@revistahyc.com
Fotos: Freepik / Jcomp (Foto usada bajo licencia Creative Commons)
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