Rafiki, el vuelo de la esperanza
Cuatro, cinco, seis… seis mil metros sobre el nivel del mar. Un vuelo impecable. Un solo aletazo alcanza para recorrer 170 kilómetros. Cinco horas de una planeación perfecta, imperturbable, maj...
Cuatro, cinco, seis… seis mil metros sobre el nivel del mar. Un vuelo impecable. Un solo aletazo alcanza para recorrer 170 kilómetros. Cinco horas de una planeación perfecta, imperturbable, majestuosa… Sus alas abiertas alcanzan a dibujar tres metros completos en la inmensidad el cielo y sostienen un cuerpo de casi 15 kilos de peso. Y de pronto, ¡Zaz! Un nuevo aletazo, luego otro, otro más y desciende ágilmente hacia el mar para engullir un trozo de ballena. Parece una fantasía, una historia sacada de un cuento, pero es lo que un imponente cóndor de los Andes es capaz de lograr.
Nadie que ha visto de cerca con un cóndor andino queda indiferente. Son aves imponentes, enormes, magníficas, arrolladoras… El ave voladora más grande del mundo. Tal vez por eso, el capitán Jaime Duque, hace más de 40 años bautizó uno de los edificios de su icónico parque como Edificio El Cóndor.
Este cóndor es el padre del polluelo nacido en el Parque Jaime Duque.
Hoy, ese nombre tiene un nuevo significado, gracias al nacimiento del primer polluelo de cóndor en la Fundación Parque Jaime Duque.
Han sido 12 años de esfuerzos y dedicación por parte de todo el equipo, pues, en 2012, la Fundación vio la oportunidad de vincularse al Plan Nacional de Conservación del Cóndor Andino, en la línea estratégica de conservación ex situ (estrategias fuera de su hábitat natural). El Parque se abanderó en esta difícil tarea de no solo conformar parejas para reproducción, sino consolidar un trabajo con las comunidades que coexisten con la especie.
Tras diversos diálogos con el Gobierno Nacional y con la ayuda de la Organización Aves de Chile, en el año 2015 se logró el traslado de tres parejas de cóndores a Colombia para fortalecer el programa de reproducción. De las tres parejas, una se estableció en la zona llamada “La Comarca del Cóndor” en la Reserva Natural Bioparque Wakatá de la Fundación Parque Jaime Duque y allí, nueve años después, el 31 de mayo a las 12:06 am, todos estos esfuerzos comenzaron a dar fruto cuando la pareja puso un único huevo.
El cóndor es un ave monógama. Una vez encuentra pareja, se queda con ella hasta la muerte. Diversos estudios demuestran que, cuando uno de los miembros de la pareja muere, la otra que queda solitaria por el resto de su vida, sin buscar una nueva compañera. Además, son increíbles padres. Durante la incubación y primeros días del polluelo, ambos padres se dividen las tareas y se encargan de proteger a su cría hasta los dos años de vida.
El caso de este polluelo fue diferente. Era un frío lunes de julio cuando el huevo eclosionó. El 29, para más datos. 60 días después de la postura. A las 6:30 pm ocurrió el milagro. ¿Milagro? Sí, toda vida es un milagro, y este nacimiento lo es aún más, pues fue el resultado de una incubación artificial después de que, por accidente, el macho de la pareja de cóndores, rompiera accidentalmente un primer huevo el 20 de abril del 2023.
Milagro porque esta incubación artificial terminó con el nacimiento de un cóndor sano, en contra de todo pronóstico, que hoy conocemos como Rafiki. Un pequeño pero enorme aporte a la conservación de una de las especies más emblemáticas de nuestro país que atraviesa un terrible riesgo de extinguirse.
Se estima que, en una cordillera como la de los Andes, a la altura de Chile, pueden existir cerca de 5.000 cóndores sanos volando con libertad. En Colombia, país que cuenta con tres cordilleras, donde perfectamente podríamos tener 15 o 20 mil cóndores libres, se calcula que solamente quedan 150.
Y es una pena, pues esta especie cumple una gran función ecosistémica. Al consumir un cadáver, cada cóndor acelera el proceso de retorno de nutrientes al ecosistema y reduce el riesgo de dispersión de enfermedades por descomposición que pueden ser contagiadas a otros seres vivos, entre ellos el humano.
Rafiki ha sido cuidadosamente monitoreado de cerca, las 24 horas, desde que era un huevo, por un equipo de cuidadores, biólogos, veterinarios y zootecnistas, quienes han trabajado incansablemente para crear las condiciones óptimas para su nacimiento y supervivencia. Como el plan a futuro para Rafiki es su liberación, la crianza y alimentación se hacen a través de marionetas que replican la forma de un cóndor macho y hembra adultos, buscando que se genere una impronta o asociación positiva a su especie y no al ser humano, esto garantiza en el tiempo su bienestar y supervivencia cuando vuele por los páramos de Colombia.
Al cumplir dos meses de edad, Rafiki fue trasladado a un hábitat acondicionado en el cerro Tibitó en la Reserva Natural Bioparque Wakatá, lugar fuera de la vista de los visitantes, pero donde el polluelo comparte con otros individuos adultos de cóndor, quienes le enseñan los comportamientos propios de la especie y así continuar su desarrollo en óptimas condiciones. Se espera que, en dos años, aproximadamente, se den todas las condiciones necesarias para su liberación.
Sin embargo, esto sigue siendo un gran reto. Se estima que un cóndor puede volar de Bogotá a Santa Marta en un solo día, así que la educación que la Fundación ha logrado con las comunidades de la región de Cundinamarca, (que, por cierto, es una de formación del término chibcha Kuntur Marga, que significa el “nido o el lugar del cóndor”), podrían ser insuficientes para protegerlo. La especie se encuentra en vía de extinción justamente por la pérdida de su hábitat por la expansión de las zonas de cultivos y ganado, y por la cacería furtiva que cree erróneamente que este animal roba el ganado, sin saber que están acabando con el animal insignia de nuestro país, que incluso se encuentra en nuestro escudo nacional
Rafiki será liberado con un dispositivo en su cuerpo que permitirá monitorear sus movimientos durante aproximadamente un año; sin embargo, al terminar la batería, cuando la cresta de Rafiki se alce su cabeza y su plumaje deje el color café de la juventud y se convierta en un negro profundo, solo quedará rogar para que él y toda su especie pueda seguir alzando el vuelo sin que nadie apague la majestuosidad de sus alas.
Del oriente llamo al ave de rapiña; de tierra distante, al hombre que cumplirá mi propósito. Lo que he dicho, haré que se cumpla; lo que he planeado, lo realizaré. Isaías 46:11.
Por: María Isabel Jaramillo – isabel.jaramillo@revistahyc.com
Fotos: Cortesía Fundación Parque Jaime Duque.
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